jueves, 21 de enero de 2016

LA I.A. Y EL TRANSHUMANISMO. LAS DOS REVOLUCIONES QUE LAS PRÓXIMAS DÉCADAS, ACABARÁN CON EL HOMO SAPIENS.

LA I.A. Y EL TRANSHUMANISMO, LAS DOS REVOLUCIONES QUE LAS PRÓXIMAS DÉCADAS, ACABARÁN CON EL HOMO SAPIENS


Por Dioni Arroyo
Escritor y Antropólogo





Reconozco que el título es inquietante, pero os aseguro que lo que voy a explicar lo será aún más, aunque tenemos una ventaja: todavía estas ideas se hallan en el estricto y apasionante mundo de la ciencia ficción.

      Tanto la Inteligencia Artificial que se desarrolle las próximas décadas, como la implantación de organismos cibernéticos para superar las limitaciones de la naturaleza, sean las dos grandes revoluciones que nos esperan antes de mediados del siglo XXI, y su consecuencia será el advenimiento de una nueva conciencia en esencia no humana, que buscará la trascendencia y la evolución al margen de sus creadores.

        Las alarmas saltaron en la literatura clásica de ciencia ficción con Asimov  en “Yo, Robot”, o en diversas obras de Stanislaw Lem, que insistía en la idea de que los robots, en el momento en que puedan ampliar su capacidad de reflexión a partir del desarrollo consciente, tendrá como consecuencia que la mente humana quedará superada en sus estrictos y rígidos parámetros. Es decir, en el momento en que un ser toma consciencia de su propia inteligencia, lo usa para la evolución, para el aprendizaje y la experiencia (y no solo para sobrevivir), y cualquier barrera supone un agravio, un muro que hay que derribar... a toda costa.

         Llegado este punto, me planteo si no es eso lo que sucedió con nosotros: ¿acaso el mito de la caída no es una alegoría de algo semejante?
         Nuestra especie, animada por su espíritu de superación contra las limitaciones impuestas, provocó la ira del creador, del ingeniero al que dichos cambios pillaron desprevenidos, y motivó que tuviéramos que empezar de nuevo en la Tierra, expulsados del “paraíso”, pariendo con dolor, trabajando para ganarnos el pan con el sudor de nuestra frente. Lo reflejó de manera exquisita Mary Shelley en “Frankenstein”, el ser creado se subleva contra el creador en su búsqueda de la libertad y la expansión de su propia conciencia. Es un pensamiento que nace de la mano del racionalismo del siglo de las luces, del enciclopedismo, la idea del ateismo, el ser creado vive al margen del creador, lo “destruye mentalmente”.

         El director Gabe Ibáñez nos sorprendió con su “Autómata”, en la que trabaja ahondando la misma idea pero desde una perspectiva diferente: los robots se modifican a sí mismos, emulando la evolución humana…pero no en eones como nosotros, como nos ha marcado hasta ahora el pausado ritmo de la naturaleza, sino en muy pocos años. El objetivo de la automodificación de las características de estas máquinas, no es otra que la emancipación del mayor depredador de la historia, del homo sapiens. Y ha dado en el clavo porque es ahí donde subyace el mayor pánico de nuestra especie en estos momentos: perder el control de las nuevas tecnologías, o mejor dicho, no percatarnos de cuándo hemos perdido ese control, porque damos por hecho que será un suceso inevitable y…que todos lo veremos.



          Este es el “Pánico Terminador”, como lo denomino, estupor a que las máquinas, gracias a su conciencia virtual, su adquisición de la conciencia, nos superen considerándonos un freno para su desarrollo evolutivo, un vil e insignificante estorbo, y decidan eliminarnos, como nosotros eliminamos a centenares de especies todos los años, o como eliminamos a los neandertales. La misma teoría se reproduce en “Battlestar Galactica”, en la que los cylon, creaciones humanas, deciden que ha llegado el momento de nuestra extinción a través de la guerra, y surgirá el debate moral, la búsqueda de trascendencia (en la que ambas “especies” padecemos la misma sensación de orfandad) y un final filosófico que invita a la reflexión.

         Prefiero pensar en la idea romántica de “I.A.”, la emblemática película de Steven Spielberg siguiendo el impactante guión de Ian Watson, o en “EVA”, de Kike Maíllo, en ambos  casos, las máquinas buscan su humanización, adquirir conciencia, sí, pero también sentimientos, empatía, capacidad para el dolor y comprender el dolor ajeno…buscan amor y evitar a toda costa la especiación, para pasar a ser una cadena más de la evolución de la especie humana, tal vez enlazándolo con el transhumanismo, lo que empieza a ser una realidad.





           Y el transhumanismo lo podemos observar como una forma de mejorar la calidad de vida del ser humano, su bienestar; pensemos en personas tetrapléjicas, que gracias a la dilatación de la retina conectada a un ordenador, pueden comunicarse con el resto del mundo, o en los marcapasos que permiten llevar a cabo una vida plena y normalizada a personas con dolencias cardiovasculares, o en el enorme porcentaje de discapacidades físicas, psíquicas o sensoriales, gracias a estos inventos cibernéticos, podrán vivir en igualdad de condiciones y oportunidades que el resto de personas.

         ¿Pero cuáles son sus límites? ¿Qué objetivo pesará más, el afán de superación para mejorar la calidad de vida, o el deseo de incrementar nuestra capacidad para producir en un entorno de eterna e insaciable competitividad económica?
          Nuevamente la pérdida de ese control nos genera pánico, porque también sabemos que perderemos la autoridad para gestionarlo y dirigirlo, que los dilemas éticos son llevados a cabo por humanistas, intelectuales, filósofos, pensadores que los estados escuchan para dictar leyes. Si desaparecen los estados (o se debilitan como ha sucedido deliberadamente a consecuencia del hundimiento de Letham Brothers), o si se deja de “escuchar” a estos pensadores (el gobierno de España, por ejemplo, ha eliminado la asignatura de filosofía en todos los niveles académicos), estaremos sentando las bases, facilitando que esa pérdida de control llegue en cualquier momento.

         Y el advenimiento de entes cibernéticos, eso que la literatura de ciencia ficción llama ciberpunk y desde la antropología denominamos transhumanismo, supondrá la llegada de una nueva especie que poco tendrá que ver con nosotros. Unos seres mejorados, una nueva condición posthumana que superará las enfermedades congénitas, que consagrará la singularidad tecnológica, terminará con el envejecimiento y hasta con la muerte, porque el cerebro, gracias a sus sinapsis eléctricas, puede vivir siglos si es colocado en un recipiente que simule el cuerpo humano con un corazón que no le falle a los noventa años, por lo que el transhumanismo podría traernos la vida eterna, la inmortalidad.

         Por otro lado, nos podría traer pérdida de libertad, o dicho de otra manera, aquellos que no quieran “ser mejorados” por la tecnología, sufrirán tal presión de su entorno, que quedarán excluidos, su naturaleza torpe con la que hayan nacido les supondrá una desventaja en un mundo tan demencialmente competitivo, serán los nuevos marginados. Se trivializará la identidad humana, y los implantes biotecnológicos no tendrán límites… la conclusión de esa manipulación de la vida, será que, al final, las máquinas podríamos ser nosotros. En este punto me gusta recordar la impresionante y más que recomendable trilogía de Los Insomnes, de Nancy Kress. La biotecnología crea seres experimentales, niños, que no necesitan dormir, por lo que su capacidad laboral se incrementa exponencialmente, despertando el interés de muchas empresas.







          Por ello prefiero la opción intermedia, tal y como ha escrito y dirigido Alex Garland en “Ex Machina”, que al final, las máquinas se emancipen del ser humano buscando algo tan legítimo como la libertad para seguir su propio camino.


          Como nos cuenta Hermann Hesse, “quien no encaja en el mundo, está siempre cerca de encontrarse a sí mismo”.

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